Vivimos
rodeados de estrés, de prisas, de buenos momentos, de momentos no tan buenos, de
risas, de llantos, de personas que nos llenan y otras que casi consiguen
vaciarnos.
A
veces nos dejamos llevar por el ritmo que nos envuelve, sin pensar, sin
decidir, simplemente viviendo, simplemente haciendo lo que llega, sin
planificar y sin darnos tiempo a meditar si eso es lo que queremos.
Quizá
deberíamos plantearnos si cuando se dan esas situaciones, en realidad nos
estamos dejando llevar o, sin embargo, estamos haciendo algo que disfrutamos,
que queremos y que por nosotros mismos no habríamos buscado…pero que cuando
aparece decidimos amarrarnos a ese salvavidas que nos lanzan y que nos lleva
sin una aparente ruta marcada….
Cuando
hacemos estas cosas, cuando nos dejamos llevar, no sin pensar, pero sí haciendo
pocas valoraciones, podemos creer que vamos como locos, que estamos actuando
sin razón y sin sentido, que podemos equivocarnos, que tenemos mucho que perder
y quizá poco que ganar, pero deberíamos valorar que la mayor parte de las veces
que nos dejamos llevar lo hacemos porque sentimos, porque tenemos verdaderos
sentimientos que nos mueven a ello, porque nos emocionamos, nos reímos,
lloramos, padecemos y disfrutamos con cada una de las cosas que nos pasan, por
eso decidimos seguir esos sentimientos y no olvidar, pero sí dejar un poco de
lado, la razón.
Cuando,
después de seguir esos sentimientos, las cosas no salen como creíamos que
podían salir, nos damos cuenta de que nos habíamos precipitado por la montaña
sin mirar realmente la altura de la misma o las irregularidades del terreno,
pero aun cayendo, podemos salir victoriosos pues contábamos con esta caída,
sabíamos que estábamos actuando de corazón sobre la marcha, no con la razón, en
realidad, estábamos simplemente viviendo, dejándonos llevar por un maravilloso
mundo de sentimientos que sólo nos hacían disfrutar de cada día, de cada
instante.
Simplemente
eso, nos llenó de vida para seguir adelante aun sin conseguir aquello por lo
que nos dejamos llevar….
Ana